viernes, 16 de octubre de 2009

PRODUCCIÓN DE TEXTO



PERFIL





"SOMOS LAS NIÑAS DE LA CASA"
Con esta expresión, empieza a contarme María Cecilia Gaviria Londoño su experiencia en la Fundación Universitaria Luis Amigó, con una mirada noble, un trato amble y una gran sonrisa, aparte de un excelente trato responde a las preguntas que le hagan.
Ella es una mujer que al conocerla emite rayos de luz, su amabilidad es incomparable, su sencillez y qué decir de su humildad, hacen que Doña María sea una de las auxiliares de aseo y cafetería más queridas de la FUNLAM.
A sus 48 años Doña María es una mujer llena de vida, enamorada de su hijo de siete años al que ella llama cariñosamente “mi pinche negro”, recordando con tristeza la muerte de Johan Paolo su otro hijo, al cual mataron hace diez años, cuando él aún era un adolescente.
Ella es alta pero no altiva, sus 1.75 metros de altura no han podido hacer que mire por debajo del hombro a las personas, ha dedicado doce años de su vida a la Fundación Universitaria Luis Amigó, “mi segundo hogar” como dice ella.
María se levanta muy temprano todos los días para ir al trabajo y estar puntual a las 5:30 am hasta las 4:00 pm, hora de salida, allí se acaba su rol de empleada pero sigue el más importante, el rol de mamá.
Ella le fascina trabajar en la Luis Amigó, pues, dice que su vida es la “escoba y el trapo” y gracias a éstos ahora puede pagar un aparta-estudio en el barrio Boston, ama todo lo que hace pero sin duda alguna, prefiere estar en la cafetería para interactuar con la gente.
Unas lágrimas empiezan a formarse en sus grandes y hermosos ojos cuando habla de su vida, lo dura que fue y como logró sacar adelante con ayuda de su madre a sus doce hermanos, sietes mujeres y cinco hombres. Su familia era pudiente, su padre tenía grandes negocios y su madre era dueña de varias empresas de confecciones, hasta que un día todo cambio.
Cuando su padre se fue para Estados Unidos, la familia empezó a desmoronarse y sus parientes paternos los echaron a la calle sin importar que pasara con ellos, “por la envidia de los parientes paternos hacia mi madre, le dañaron el corazón a mi padre y nos echaron a la calle todo lo que teníamos. Nos toco dormir en las aceras, ir de casa en casa pidiendo limosna para poder alimentar a mis hermanos; les decía: señora, buenas, déjeme entrar yo le lavo la ropa a cambio de un pedacito de panela para llevarle a mis hermanos” cuenta Doña María; como ella tenía doce años y sus hermanos necesitaban comer empezó a trabajar, por lo cual nunca estudio, pero si lo hubiera hecho, le gustaría ser ingeniera de sistemas o abogada así como su hijo Paolo, él quería estudiar Derecho en la FUNLAM, hasta que un día un policía le arrebato ese sueño.
“Estábamos celebrando una misa por la muerte de mi mamá, ella hacía un mes había fallecido, por lo cual el Padre Marino Pérez me dijo que reuniera a toda mi familia para la misa, Paolo me pidió permiso para ir con unos amigos a comprar una cosa, yo no lo quería dejar ir pero mis hermanas me convencieron y acepte dejarlo ir, eran las 7:00 pm y nada que llegaba, estaba muy preocupada porque él no se demoraba además estábamos de luto, hasta que me llamaron y me dijeron que Paolo estaba en el hospital General muy herido, me fui pero se murió mi hijo, el 15 de Septiembre había enterrado a mi mamá y el 15 de Octubre estaba enterrando a mi hijo” afirma Doña María.
A pesar del dolor que estaba pasando, no quería demandar a nadie pero su hermana insistió y demando al estado, ahora éste le debe a su hijo, aunque la plata no se lo va a devolver, ni lo reemplazara, es un modo de hacer justicia a ese ser que ya no está y que algún día se reencontraran allá en el cielo.
María después de ser tan golpeada por la vida recibió una gran bendición “su pinche negro”, ese hermoso bebé de siete años le devolvió las ganas de vivir, el deseo de luchar y salir adelante, a él le dedica todas sus noches, sus días, sus atardeceres, todo, su tiempo libre es para él, se deleita en verlo jugar fútbol, se alegra cuando dice que “ya aprendió a montar patineta” y quiere que su hijo sea un buen estudiante por lo cual revisa diariamente sus tareas.
No sólo tienen en común su relación de madre-hijo, el gusto por los frijoles y lentejas es algo que los une cada día más, a su hijo le gustan todas las comidas que ella hace, pero con esos dos platos se chupa los dedos. “Cuando ese negrito empieza a ver que la olla está bajando se pone triste” dice Doña María.
Ella es una mujer tierna, por lo cual le gustan los colores pasteles que dan esa sensación, aunque no es una mujer estudiada aprendió a leer detrás de una puerta, “prendía una vela y leía las novenas de mi abuela Sacra”. Con un aire de nostalgia y a la vez de alegría, doña María recuerda los momentos más hermosos de su vida, aquellos que no tanto pero que le ayudaron a madurar, a hacerse más fuerte y humilde.
A ésta noble mujer le molestan las injusticias, le encanta estar en su segundo hogar (FUNLAM) y atender a la gente, es una mujer de dichos como: “hay cosas duras, pero no eternas”, “para mí un año no es un siglo”, “si no amara lo que hago, no duraría”, en fin tantos otros, pero, como a ella le molesta las personas orgullosas, su frase por excelencia es “nunca cambiar, siempre se debe ser el mismo”, esto se lo enseñaron desde pequeña y nunca lo ha olvidado.
Definitivamente doña María es un ejemplo de humildad y superación, ¿necesitaremos más para cambiar?

1 comentario:

Adriana Arroyave dijo...

'por lo cual nunca estudio, pero si lo hubiera hecho, le gustaría ser ingeniera de sistemas o abogada así como su hijo Paolo' cuidado con los cambios gramaticales.

Así como el perfil anterior y el reportaje, hay bastante información; pero a diferencia de los dos anteriores, éste lograr mantener viva la atención del lector de principio a fin.